lunes, 5 de octubre de 2009

PALERMO, THE MOVIE

Ya lo dijo, o escribió, hoy Román Iucht: “Los adjetivos están agotados, las palabras resultan redundantes. Su gol de cabeza de casi cuarenta metros además de ser récord mundial le agregará una escena a la película de su vida deportiva”.

Y esa película suele tener ingredientes que ni el más creativo de los guionistas se animaría a soñar. Ni Cristiano Ronaldo, ni Zlatan Ibrahimović, ni Ruud van Nistelrooy tienen escrito en su guión un gol como el de ayer. Ni muchas de las singularidades que la carrera de Palermo ha ido dejando en la retina de todos.

La de ayer fue otra de esas escenas inolvidables que sólo él puede protagonizar. Hizo ganar a Boca después de mucho. Hizo reir a Riquelme, habitualmente inexpresivo y su "rival" tras bambalinas (aunque esa sonrisa y los abrazos posteriores quizás estén anunciando la mejor noticia que Boca puede tener hoy día). Hizo que todas las miradas se posen, expectantes, sobre Maradona (aún más, en realidad).

Dentro de pocos días la selección tiene que definir si va o no con pasaporte directo a Sudáfrica 2010. Si tiene, o ni siquiera eso, que cortar clavos en un repechaje. Y para alegría de muchos y pesadilla de otros tantos, Palermo empieza a imponerse como el apellido de la esperanza. Y eso no estaba en el guión de nadie.

En 2006 escribí lo que se lee a continuación. Fue después de dos goles de Martín a Banfield, como cierre de una semana muy singular para él. Se titula Optimista por aquella definición de Carlos Bianchi. Y como optimista desprejuiciado y loco que es, ayer en una fracción de segundo dijo ¿y por qué no?

¿Palermo salvando a la selección? se preguntan muchos ¿Y por qué no?

OPTIMISTA

Historia singular la de Palermo: llega a Boca desde Estudiantes, precedido de una fama de goleador y verdugo de River. Al principio el tiempo pasaba y los goles no llegaban, pero fue el goleador de Boca en los dos primeros torneos ganados con la conducción de Bianchi (20 goles en 18 partidos en el Apertura 1998), lo que le vale la convocatoria de Marcelo Bielsa para integrar la selección que jugaría la Copa América de 1999. Allí hace 3 goles, pero tiene un horripilante noche de antología (y patético record) al errar 3 penales frente a Colombia. A la vuelta de esa amarga experiencia, su rodilla se rompe y lo deja largos meses fuera del fútbol.

¿Volverá? ¿Será el mismo? Vuelve. Y nada menos que en el partido definitorio de los cuartos de final de la Libertadores 2000. Y hace un gol. Un detalle: ese partido era frente a River. De ahí a Tokio, donde se convierte en madrugador verdugo de, nada menos, que el Real Madrid, en la Intercontinental de 2000. Después vendría una poco feliz experiencia europea (donde sumó otra grave lesión). De regreso, a mediados de 2004, aparentemente abatido por su oscuro paso por España, lleva ganados 5 títulos con Boca.

Los goles de Palermo no sólo son muchos: aparecen en momentos fundamentales para Boca. Pero también en momentos capitales para él. Como en esa vuelta de la lesión frente a River. Como ayer.

Ayer hizo 2 goles frente a Banfield. De esos que muchas veces hace Palermo: pegándole mordido, pescando rebotes. Goles de goleador. Un gol es un gol. Lo “injusto” del fútbol, se podrá decir, es que vale lo mismo la apilada de Maradona contra los ingleses en el 86, que esos goles espantosos que llegan a la red de rebote. Pero un gol vale un gol y Palermo lleva 200 en su carrera profesional.

Palermo no es un virtuoso. Su pesado metro noventa hasta lo hace verse torpe. Pero él no duda. “Optimista del gol” lo llamó Bianchi. Quizás por eso: porque no duda, porque no le teme al ridículo ensayando aparatosas tijeras o improbables chilenas. Eso sí: pocos cabecean como él en el fútbol argentino. Hizo goles de cabeza, de penal, pegándole con contundencia o entrándole mordio y cayéndose. Hizo 200. Ayer llegó a ese número. Justo ayer.

El miércoles 2 de agosto su esposa, Lorena Barrichi, tuvo un parto prematuro y el bebé falleció pocas horas después. Se suponía que Palermo no iba a jugar contra Banfield. Pidió estar.

La tele ya lo mostró llorando en el festejo de cada gol y cuando fue reemplazado.

Ahí está él: el grandote del que se mofan los hinchas de los otros equipos, el que observan con desdén los agudos analistas de barrio, el que se rompió la rodilla, el que pifió 3 penales en una noche con la celeste y blanca, el que no pudo brillar en España y encima se fracturó en un pequeño derrumbe de un estadio del primer mundo. El que sufrió el dolor más grande la semana pasada.

En ese mayo de 2000, de su regreso luego de la lesión de la rodilla, cuando todos lo daban por muerto, Juan Sasturain escribió una hermosa columna en Página/12, que está bueno repasar ahora.
El Cid goleador

La leyenda es vieja y hermosa, y está en el origen de la nacionalidad y de la literatura españolas. Diez siglos antes de que Charlton Heston se pusiera la cota de malla y el amor de una Sofía Loren que era mucho más linda que la probable Doña Gimena original, ya el Cid –porque de Ruy Díaz de Vivar se trata– cabalgaba la tierra castellana. Y la leyenda del héroe de la larga reconquista del territorio cristiano ocupado por los moros que cuenta el poema épico –y recitan como pueden desinformados alumnos secundarios– incluye una mítica victoria. Se cuenta que el Cid Campeador no sólo fue grande cuando hizo sentir a los árabes el peso real de su filosa espada sino más aún cuando su solitaria pero ominosa presencia fantasmal impuso temor y respeto al enemigo. Tal cual: la última batalla la ganó el Cid después de muerto. Sus hombres, sabedores del efecto que su sola presencia provocaba en los moros, acomodaron su cadáver sobre la montura del famoso Babieca y, debidamente entablillado, lo mandaron al frente a echar miedo y desbandar infieles con resultados que aún se sienten en el mapa. Cierta o no –qué importa al fin y al cabo– la leyenda es hermosa.

Algo así, incluida la dificultad de comprobar si lo que se cuenta es cierto o no, sucederá cuando dentro de algunos siglos, se agite la leyenda de aquel delantero falso, rubio y desmañado, mítico y atípico goleador, un muerto vivo que volvió del desahucio, del miedo y de las dudas en una noche mágica. Se contará que la irrupción (no por anunciada menos perturbadora) del grandote afectó a los adversarios que de pronto callaron en las tribunas y en el momento clave se paralizaron en el campo. Y será difícil de aceptar, y será más fácil pensar que no pasó, sobre todo lo del gol en el último minuto. Quién va a creerse la leyenda del Cid goleador.

Juan Sasturain - Página/12 - 26-5-2000


ACTUALIZACIÓN 11-10-09

Lo dice más arriba. "Palermo empieza a imponerse como el apellido de la esperanza".

Ayer en el primer tiempo la selección estuvo lejos de jugar bien, pero había destellos de Aimar, de Higuaín, de Di María. Pero últimamente la selección no da fe ni para la heroica, no da ni para esperar un milagro.

Y Messi será el mejor jugador del mundo, pero cuando se pone la camiseta de Argentina es un jugador del montón o menos que eso. A veces hasta molesta. Teníamos tiros libres y Aimar mandaba uno tan lejos del arco que parecía a propósito. Al otro Messi lo pateó como si estuviera jugando con un primito de 5 años en el arco.

Pero llegó el gol del Pipita. Y el alivio duró lo que el buen clima. Perú nos dominaba como si fuera un buen equipo. Y se largó a llover. Y de lluvia pasó a diluvio. Y los peruanos hicieron su gol. Y el tiempo estaba cumplido.

Y toda la escenografía estaba montada para la épica: el tiempo agotado, la lluvia torrencial, un corner que parecía desperdiciado.

Una selección que no da ni para esperar el milagro, tiene un jugador del que se puede esperar cualquier cosa: que erre 3 penales en una noche o que convierta uno cayéndose mientras le pega, que meta un cabezazo de 40 metros o que haga lo que hizo anoche.

Ahora viene Uruguay. Uruguay no es Perú. Pero Argentina es Argentina. Y Palermo es Palermo. No tenemos mucho más para esperar.

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